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La semilla y el bosque
Un año sin Adriana Hoffman

Hace exactamente un año, Chile perdió a una gran defensora de sus bosques: Adriana Hoffmann. Su ausencia se ha sentido, pero su legado aún reverbera en cada batalla de la naturaleza contra la acción humana. Al igual que un árbol que estuvo toda la vida en nuestro jardín y de pronto ya no está, su ausencia se hace más notoria, pero a la vez nos ha permitido comprender su figura en toda su dimensión.

La botánica, activista y defensora de los bosques ha sido inspiración para quienes ya están embarcados en el camino de la conservación de nuestro entorno natural, pero también para niños y niñas, siempre abiertos a conectarse con la naturaleza. En el libro de entrevistas “Homeostasis”, de Felipe Monsalve, relata: “Cuando chica me gustaba estudiar los bichos y pasaba horas observando paisajes. Me maravillaba esa capacidad de tranquilidad y protección que me entregaba la naturaleza , en especial los bosques. Imaginaba que ahí se guardaban secretos milenarios, y que solo algunos pocos tenían la capacidad de encontrarlos”.

Su legado sigue vivo en su acciones, libros y entrevistas. Las organizaciones que ella fundó continúan luchando por la protección de los bosques y los derechos de las comunidades locales que dependen de ellos. Su espíritu y su ejemplo siguen siendo una fuente de inspiración para muchos que se dedican a proteger nuestro medio ambiente.

 

Algunos de los libros que publicó y que se encuentran en nuestro Centro de Documentación.

Adriana Hoffmann dedicó gran parte de su vida a la defensa incansable de los bosques del país y su compromiso con la justicia ambiental en todo el mundo, así como a la divulgación científica, siendo una de las personalidades que abrieron ese camino en nuestro país. Publicó una serie de libros que abrió el mundo y la cabeza a varias generaciones, llevando la botánica a las personas, en una época en que la ciencia no se comunicaba y solía mirarse la nariz. Y tiempos donde la ecología no era tema, no estaba en la agenda del sector privado o el Estado. Un dato a la causa: Cuando Hoffmann publica junto a Marelo Mendoza el libro “De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a salvar el planeta”, chocaron con la realidad: En Chile no existía papel reciclado, por lo que el libro no pudo ser impreso con esa materia prima.

Recorte de Revista Apsi, 1990.

 

Entre sus logros destacan el trabajo en la creación de áreas protegidas para la conservación de la biodiversidad y los bosques, esenciales para la protección de la flora y fauna y para garantizar la continuidad de los servicios ambientales que ofrecen los bosques; la promoción de prácticas sostenibles para el uso de los recursos naturales, como la agricultura y la explotación forestal; y la participación en la elaboración de políticas públicas para la protección de los bosques y la biodiversidad. De hecho, ha sido fundamental para la creación de leyes y regulaciones.

La dedicatoria de su libro “La Tragedia del Bosque Chileno”, un texto visionario sobre la degradación y la ausencia de políticas públicas que los protejan, habla mucho no solo de su compromiso, sino que de su gesto de amor a toda la otra vida que nos rodea; un gesto que la retrata más fielmente que la mejor ilustración hiperrealista: “Este libro está dedicado a las araucarias y a los alerces, a los queules y a los pitaos, al belloto del norte y al belloto del sur, al rauil y al raulí, a los coigues, los lingues, los cipreses de las Guaitecas, los ulmos. A todos los maravillosos árboles de nuestro país y a todos los organismos que los acompañan en el bosque. Pero en forma más amplia, está dedicado a toda la biodiversidad”.

“El bosque es mucho más que un recurso económico: es un regulador del medio ambiente, del suelo, de ríos y lagos, de hoyas hidrográficas; protege contra vientos y modula el clima local; es el hábitat de múltiples especies de fauna y flora (…). Si se considera ciegamente que el bosque solo sirve para fines industriales, su destrucción está implícita en ese concepto”. (Adriana Hoffmann, “Flora Silvestre de Chile”, 2005)

Viene a la mente el recuerdo de Goethe, que dijo: “Es preciso conocer el nombre de las plantas, para que podamos saludarlas y ella nos saluden a nosotros”. Cuando reconocemos en la naturaleza un organismo con una identidad, un nombre, quizás nos resulta más fácil conectarnos con ella.

Hoffmann escribió y activó. Fue bosque y fue semilla. A través de su trabajo logró sensibilizar a la sociedad sobre su importancia y promovió cambios significativos en la forma en que se tratan estos recursos naturales. Su tarea titánica obtuvo reconocimiento. En la década de los 90 fue reconocida como una de las 25 líderes ambientalistas de la década, por las Naciones Unidas y en 2015 el gobierno creó la Academia de Formación Ambiental Adriana Hoffmann, en su honor. A fines del año pasado en el MIM inauguramos un Bosque que lleva su nombre y su impronta: ser un espacio donde se da un hermoso ciclo: la de crear y conservar vida.

Este espacio, cuya primera fase se inauguró en el museo en diciembre de 2022, significa el nacimiento de un bosque esclerófilo, que es un ecosistema que solo existe en cinco lugares del planeta, donde el más importante está en la zona central de Chile, y es el más amenazado por la crisis climática y la actividad del ser humano.

En las últimas décadas, la deforestación ha sido una de las principales amenazas para los bosques en todo el mundo. Es por ello que el mundo necesita más “Adrianas”, que miren con amor todo aquello que nos rodea y que comprendan que homo sapiens es solo una pequeña parte de una compleja cadena interconectada y simbiótica llamada naturaleza, y no seres que están por sobre ella. Abrazar esa idea puede comenzar a cambiar el curso de las cosas.